viernes, 22 de enero de 2010

Un poco de cordura, por favor


Más de quince años antes de que Jack London se disfrazara de vagabundo para internarse en las zonas más deprimidas del West End londinense, la periodista también norteamericana Nellie Bly -casualmente compañera de escudería de London en la recién nacida Buck- hizo lo propio en un manicomio femenino como encargo del periódico en el que trabajaba, el New York World de Pulitzer. Bly se hizo pasar por una desequilibrada con la inseguridad de que podía ser descubierta en cualquier momento por los innumerables agentes que intervenían en el proceso: jueces, policías, médicos... Sin embargo, tras ser internada en la institución mental de la isla de Blackwell, comprobó que era más difícil salir que entrar, ya que los superficiales exámenes médicos a que eran sometidas las pacientes -descritos con todo detalle y absoluta mordacidad por Bly- apenas dejaban resquicio a la posibilidad de una cordura repentina.

Muchas de las mujeres hacinadas en el sanatorio, recluidas en condiciones infrahumanas de higiene, alimentación y salubridad, se encontraban allí por pura eliminación de un sistema social plagado de defectos burocráticos. Superando las adversas condiciones físicas y enfrentándose a una jerarquía de enfermeras y médicos cuyo talante indiferente y cruel superaba cualquier juicio previo, Bly describe el infierno que soportó durante los diez días que permaneció en el manicomio hasta ser rescatada por un abogado enviado por el periódico. En su descarnado relato reproduce dolorosos testimonios de las enfermas -muchas de ellas totalmente cuerdas- y su sinvivir diario, para llegar a la conclusión de que lo más fácil en ese tétrico y gélido ambiente era volverse loco. La posterior publicación por entregas en el periódico causó tal revuelo que el gobierno tomó cartas en el asunto y mejoró las condiciones de los sanatorios mentales.

Este interesante documento histórico-periodístico se complementa con otras dos experiencias vividas in situ por la arrojada periodista: su mísero trabajo en una de las innumerables fábricas del extrarradio y su fallido intento de convertirse en una empleada de la limpieza en una de las casas señoriales que reclamaban sus servicios. Habría que preguntar si Ken Kessey conoció el texto de Bly antes de emprender su aclamada Alguien voló sobre el nido del cuco, otro feroz retrato de las instituciones mentales vistas desde dentro.

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