Me había pasado la tarde leyendo El cuaderno rojo y otros escritos desperdigados de Paul Auster en los que el escritor norteamericano nos cuenta sus sorprendentes contactos con el azar, tales como el prisionero y el vigilante de un campo de concentración nazi que se reencuentran al cabo de los años gracias a un posterior vínculo familiar o esa llamada telefónica que pregunta por uno de los personajes de la novela que está escribiendo. Ya sea por la notoria presencia de situaciones azarosas en su vida o por su propia predilección por el tema, lo cierto es que la narrativa de Paul Auster está atravesada de punta a punta por esas supuestas casualidades o hechos fortuitos que parecen sacados de la chistera de un mago y atentan contra lo verosímil. Mi mujer y yo habíamos quedado esa tarde con otro matrimonio. El domingo anterior había sido el cumpleaños de mi esposa, así que F. y M. aparecieron con una bolsa de un centro comercial en la que, bajo un primoroso envoltorio, se adivinaba la presencia de un libro. Mi mujer abrió el paquete y descubrió El libro de las ilusiones de Paul Auster. El caso es que nunca les había hablado antes a F. y a M. de mi afición por el autor de La música del azar y además el libro ya lo teníamos en nuestra biblioteca y lo había leído hacía escasamente un mes. Hacer cualquier comentario hubiera sido ridículo en esa situación, así que ambos optamos por mostrar nuestra mejor sonrisa y agradecer el detalle. Cuando he reflexionado sobre ello no dejo de sorprenderme de que entre todas las novedades del mercado literario, a F. y a M. se les ocurriera precisamente escoger el último libro de Paul Auster y, sobre todo, entregárnoslo esa misma tarde. Quizá algún día me decida a enviarle una carta a mi admirado colega para que tenga otra pieza que añadir a ese puzzle del azar que va construyendo cada día.
CONJETURAS AL VUELO
Hace 9 horas
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