sábado, 23 de mayo de 2009

Cordura de dios

Puestos a jugar, juguemos. Pongamos que el Miguel Albero que firma el prólogo de la antología de la poesía de Juan Bonilla es un trasunto de él mismo, posibilidad que él mismo revela en su texto, y no un lector desprejuiciado como osa presentarse. Estaríamos ante otro juego metaliterario más de un letraherido acostumbrado a hacer de la escritura un continuo guiño al lector avisado. Pongamos que Bonilla ha puesto en boca de Albero lo que muchos críticos y colegas de pluma piensan de la poesía del jerezano: que siempre ha sido un arte menor en su producción, incapaz de elevarse a la categoría solemne que define al género, y que, por consiguiente, atreverse a hacer una antología de su "dudosa" trayectoria poética raye en la ostentación gratuita cuando no en el ridículo. ¿Bonilla se reiría así de los que piensan de este modo o quizá de sí mismo?


Soy de la opinión de que el autor de Nadie conoce a nadie -novela que, por cierto, y al igual que Cansados de estar muertos, se obvia en la solapa biográfica, quizá en otro juego de escapismo- nunca ha dado tanta importancia a los géneros, siendo de hecho su obra posiblemente una de las más compactas de la literatura española actual, volviendo perentoria cualquier división que pretenda establecer estilos y categorías diferentes según se trate de prosa, poesía o ensayo. El que haya leído con un poco de atención a Bonilla sabe que sus relatos parecen a veces artículos, que sus artículos parecen a veces relatos, que sus novelas esconden pequeños cuentos en su interior, y que sus poemas son historias rimadas que bien podrían pasar por una columna de opinión.


Digo todo esto porque Defensa personal, la antología publicada ahora por Renacimiento en su estupenda colección, no es ninguna pieza menor en la carrera de Bonilla, sino un aldabón más que se integra de modo coherente en una obra ya abundante que, aunque a veces parezca beber de sí misma, no deja de sorprender por su facilidad para hacer de la ocurrencia un momento sublime. Además de los conocidos Partes de guerra, El belvedere y Buzón vacío, se incluyen aquí los poemas de Tos fingida, aparecidos sólo en una plaquette, y Li-po-timias, publicados en la revista Sibila, una serie de haikus en cuyo embite Bonilla sale muy favorecido. Como muestra, dos perlas: "En el tejado / la pelota embarcada / sueña un partido", "Extraña música: / los pájaros son notas / sobre los cables".


Sólo se echan de menos los dos poemarios infantiles, el ya clásico Multiplícate por cero y el muy reciente Los invisibles, que bien podrían haber completado una entrega ya de por sí sumamente apetitosa. La poesía de Bonilla, como ya dijimos antes, rehuye la solemnidad a conciencia, aunque ello no implique renunciar a los grandes temas, abunda en el coloquialismo, en el decir llano y directo que invita a segundas lecturas, a la trama oculta en su aparente desnudez: "No me deja dormir el ruido que hace / el tiempo al caminar, / arrastrando cadenas que están hechas / con sueños de los que ya se han dormido". Me temo que los puristas se sentirán de nuevo defraudados y ratificarán su opinión. Yo, sin embargo, prefiero que la poesía me mire a la cara y me diga verdades a medias. Si no, como el propio Bonilla dice en algún verso, todo sería una cuestión de onanismo.

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