domingo, 10 de mayo de 2009

De cruceros, despegues, alunizajes y otras aventuras de la imagen: el cine de viajes (y III)



Turistas de celuloide



Si consideramos a todo espectador como un viajero constante, podríamos pensar que el turista sería su reflejo ideal en la pantalla. Sin embargo, el cine no ha sacado todo el partido de esta feliz coincidencia de miradas, salvo quizá en las adaptaciones de las novelas de E.M. Forster, donde primero David Lean (Pasaje a la India, 1984), luego Charles Sturridge (Donde los ángeles no se aventuran, 1991), y sobre todo James Ivory (Los Europeos, 1979; Una habitación con vistas, 1985; Maurice, 1988), ahondaban en la imagen del turista británico adinerado, cultivado y ansioso de recorrer mundo. Mucho más irónica es la mirada que Mel Stuart ofrece del norteamericano de “tour” por Europa en Si hoy es martes, esto es Bélgica (1969), una ácida y desternillante parodia de los viajes organizados. El cine de los últimos años también nos ha regalado dos turistas atípicos, el Macon Leary de El turista accidental (1988, Kasdan), un escritor de guías de viaje para hombres de negocios que, para documentarse, visita ciudades con espíritu aburrido y sedentario, y el William Thacker de Notting Hill (1999, Roger Mitchell), propietario de una librería de guías de viaje sin tiempo para viajar. El infierno que padece la pareja de turistas de Babel (2006, González Iñárritu) emerge como contrapunto de la típica postal de viaje.



Otros viajes: psicodelia y alucine



Sería injusto acabar este artículo sin hacer una breve referencia a otros viajes menos usuales que toman como punto de partida y llegada el cuerpo y la mente humanas. Emblemática fue Viaje alucinante (1966, Fleisher), con un grupo de médicos miniaturizados para tratar de reanimar el cuerpo de un moribundo, y sugestivos los delirios paranoicos de Charlie Kauffman en Cómo ser John Malkovich (1999, Spike Jonze), un viaje al cerebro del famoso actor, y Olvídate de mí (2004, Michel Gondry), un recorrido por el laberinto de los recuerdos. Las sustancias alucinógenas han aportado también interesantes viajes a través de las puertas de la percepción, aprovechando los recursos visuales del cine para expresar la ensoñación, el deseo de partir al otro lado y cruzar la frontera definitiva. Drugstore Cowboy (1989, Van Sant), The Doors (1991, Stone), y Miedo y asco en Las Vegas (1998, William) son ejemplos recientes de esta última variante.
Quizá la frase de Carlos Colón de las primeras líneas deba ser puesta al día, y hoy tengamos que ver el cine no como una fábrica de sueños, sino como la mayor agencia de viajes del universo con todos los destinos posibles y una cualidad única: hacernos creer que siempre volamos por primera vez.


Bibliografía:
COLÓN PERALES, Carlos: Los comienzos del cinematógrafo en Sevilla. Ayuntamiento de Sevilla, 1981; El cine en Sevilla, 1929-1950. Ayuntamiento de Sevilla, 1983.
COMA, Javier: Diccionario del cine de aventuras. Plaza&Janés, Barcelona, 1994.
CLUTE, John: Enciclopedia ilustrada de la Ciencia Ficción. Ediciones B, Barcelona, 1996.
HERRANZ, Pablo: Rumbo al infinito. Midons, Valencia, 1998.

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