jueves, 14 de mayo de 2009

Una temporada en el infierno


Probablemente todos sabemos que Rimbaud dejó de escribir poesía con poco más de 20 años y que su tormentosa relación con Verlaine acabó con éste último en la cárcel tras dispararle por temor a ser abandonado. De su posterior nomadismo por la costa oriental de África desconoceríamos casi todo de no ser por la obra de Charles Nicoll Rimbaud en África (Anagrama, 2001) y por la presente recopilación de todas las cartas conservadas del poeta, desde las primeras dirigidas a su profesor de instituto, a un admirado Verlaine, a las dirigidas a su familia desde el continente negro pidiéndoles libros o dinero para sus extraños negocios, o las últimas a su hermana desde Marsella, presa ya de una sífilis atroz que acabó con su vida después de la obligada amputación de una pierna.


Prometo ser bueno -debut editorial de la también prometedora Barril&Barral-, frase tomada de una carta dirigida por Rimbaud a Verlaine, incluye también como gran acierto los documentos relativos al proceso de encarcelamiento del autor de Fiestas galantes con las declaraciones de todos los implicados, así como las últimas cartas dirigidas por su hermana a su madre, que se negó en todo momento a acudir al lecho del moribundo.


"...No puedo irme a Europa por bastantes razones: primero, moriría en invierno, además de que estoy demasiado acostumbrado a la vida errante y gratuita y que no tengo ningún tipo de oficio. Así que debo pasar el resto de mis días como un ser errante, aquejado de fatigas y de privaciones, con la única perspectiva de terminar muriendo de pena". A pesar de estas penalidades, Rimbaud necesitaba África como África necesitaba a Rimbaud; su espíritu aventurero sólo encontraba reposo en una tierra inhóspita, sometida a los vaivenes del colonialismo europeo más feroz, sorteando escollos diplomáticos y comerciales con reyezuelos, traficantes que aparecían muertos en cualquier emboscada o con los indígenas. Rimbaud fue prospector de terrenos -emotivas, sin duda, esas primeras cartas en las que, perdido en un rincón del mundo, les pide a los suyos listados bibliográficos exhaustivos con instrucciones precisas de compra y envío-, fotógrafo pionero, conductor de caravanas, vigilante de explotaciones mineras y traficante de los más diversos productos, aunque siempre según él desde la más estricta legalidad.


El entusiasmo inicial por su periplo se va diluyendo en una existencia condenada al fracaso, a la nula capacidad de ahorro y a un clima que haría renunciar al más apasionado: "Desiertos poblados por negros estúpidos, sin caminos, sin correo, sin viajeros. ¿Qué queréis que os cuente de todo eso? Que uno se aburre, que uno se idiotiza, que uno se embrutece, que uno no puede más, pero nadie llega a marcharse. He aquí todo lo que se puede decir y como no parece muy divertido, mejor callarse". Sudán, Somalia, El Cairo, Zanzibar, Harar, Abisinia, , Chipre, Adén... nombres que evocaban una promesa tentadora a la que, no obstante, y ya casi incapaz de moverse, el autor de las Iluminaciones deseaba volver para cuidar sus negocios.


Esta espléndida edición -en su demérito, las excesivas erratas, la ausencia de una bibliografía básica y un prólogo más extenso- nos acerca a ese otro Rimbaud, muy distinto del de su poesía y del que nos mostraba la película Vidas al límite, un amante de la vida cogida por las solapas.

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