martes, 26 de mayo de 2009

Este sol de la infancia


Cuenta Enrique García-Máiquez en su prólogo a la antología poética del arcense Pedro Sevilla que él mismo ha preparado, Todo es para siempre (Renacimiento, 2009), que en una lectura poética a la que fue invitado en un pueblo de Cádiz tuvo que recitar los poemas de Pedro como suyos al confundir las bolsas de libros que llevaba preparadas. Nadie del público se percató del error -algo nada raro, según los tiempos lectores que corren- y Enrique salió fortalecido de un encuentro al que llegó con notable retraso. No sé si la anécdota será verdadera, ni si el público asistente -en su mayoría, chavales de instituto- hubiera disfrutado más con los versos de García-Máiquez que con los de Sevilla, pero lo que es seguro es que hacerse pasar por Pedro Sevilla garantiza un buen sabor de boca en el respetable.

Tengo la suerte de conocer a Pedro y, aunque no lo he tratado demasiado, me atrevo a decir que es uno de los pocos poetas que transitan del papel a la realidad, de la realidad al papel, como si ambos fueran la misma cosa, taciturna, melancólica, con un poso de tristeza que parece prometer siempre lluvia y amores perdidos. Sólo el haber compuesto un poema como Desolación debería bastar para incluirle en las antologías sobre la poesía del último cuarto de siglo, y hacerle figurar como uno de los máximos ejemplos de la nostalgia convertida en poema:


Estos días amargos -hablo en serio-,

cuando el dolor asfixia y uno quiere morir

para no ver los dientes a la vida,

cuando ni la ironía es un arma certera

ni el vino trae olvidos,

yo pagaría oro, vendería mi alma,

por volverme otra vez

niño de calzón corto saliendo de la escuela

camino de los brazos de mi madre.


García-Máiquez ha seleccionado una atinada representación de los tres poemarios publicados por Pedro hasta la fecha -Tierra leve, La luz con el tiempo dentro y Septiembre negro-, además de algunos aparecidos en plaquettes y otros inéditos como el que da título al libro o el magnífico Escribir es sembrar. La poesía de Pedro Sevilla es de una claridad meridiana, experta en horadar los rincones más negros de la memoria, aunque adquiera a veces tintes más prosaicos, como los dedicados a Carolina de Mónaco o a las amigas de su hija, evocación de la juventud perdida como tantas otras cosas. La muerte, los recuerdos de aquellas tardes escolares, el sentimiento de ser diferente escribiendo, los sueños para escapar de la rutina, imágenes que inundan los versos de Pedro de una tristeza infinita.

Lástima que la grata lectura de estos poemas se lastre a veces por las demasiadas erratas que aparecen en sus páginas -sobre todo en la confusión de singular y plural-, el único debe en una antología ciertamente memorable.

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