Cuando estuve en Praga hace tres años tuve la intención de visitar la tumba de Franz Kafka en el cementario judío nuevo de Zizkov, en las afueras de la ciudad, pero una apretada agenda de lugares de interés agotaron mi estancia quedándome, como diría Freud, con un deseo reprimido. Sin embargo, semanas después, poniendo por escrito las mejores experiencias del viaje tuve la extraña sensación de haber estado allí, frente a una lápida gris que parecía transmitir con su lejana ubicación y sobriedad la sensación de soledad y aislamiento que acompañaron al escritor toda su vida. Quizá fueron las visitas a su casa natal, hoy transformada en una tienda de recuerdos del autor, al entonces recién inaugurado Kafka Museum, o al paseo por las calles que solía frecuentar. Lo cierto es que jamás estuve en aquel cementerio, pero era como si hubiera estado.
Me vienen estas reflexiones a propósito de la relectura de El libro del desasosiego de Pessoa, donde transmutado en Bernardo Soares el escritor portugués dice así en uno de sus célebres fragmentos: "La idea de viajar me provoca náuseas. Ya he visto todo lo que nunca había visto. Ya he visto todo lo que todavía no he visto (...) ¿Viajar? Para viajar basta con existir. Voy de día en día, como de estación a estación, en el tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles y a las plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes como, al final, lo son todos los paisajes (...) La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos". Pessoa recuerda a un chico que trabajaba en su oficina que se dedicaba a coleccionar folletos turísticos de los lugares más variopintos hasta aprendérselos de memoria, y le evoca como "el único viajero con alma verdadera que he conocido".
Dando un salto en el tiempo llegamos a Alain de Botton que, al principio de su ya clásico El arte de viajar se expresa de este modo: "Y, sin embargo, no faltaron las ocasiones en las que yo también sentí que no podía haber viajes más formidables que los provocados en la imaginación al quedarse en casa y pasar lentamente las páginas de papel biblia de la Guía Mundial de Horarios de British Airways". Sin embargo, la tesis principal de su libro es que el arte de viajar está en la mirada del que lo hace, en sus motivos, expectativas o estado emocional previo a y durante la marcha. O como él mismo concluye: "Podemos seguir viendo cipreses más allá de los cuadros de Van Gogh".
En cualquier caso, tanto Pessoa como De Botton parecen estar de acuerdo en que son la imaginación y la disposición del viajero (físico o no) las que están en correspondencia directa con el placer o la gratificación que el viaje le puede reportar. Son muchos los ejemplos de escritores que viajaron y recorrieron mundos casi sin moverse de su asiento, protagonizando en primera persona un viaje interior que dura ya siglos y donde el equipaje, la capacidad para soñar y recrear lo que no hemos visto o nunca veremos, está, como diría Felipez Benítez Reyes, siempre abierto.
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