miércoles, 22 de abril de 2009

¿Me da un libro de intríngulis? (I)




Recientemente se publicó el libro Soldados de cerca de un tal Salamina (grandezas y miserias en la galaxia librera) (Coma Negra, 2008), en el que su autor, Eduardo Fernández, librero de largo recorrido, desgranaba las mil y una anécdotas protagonizadas por los clientes del establecimiento en el que había trabajado. Títulos equivocados, confusión en los autores, extrañas y/o surrealistas peticiones, etc. En muchas ocasiones, estos errores se alimentan del boca a boca, de un recuerdo nebuloso de una reseña del periódico, del encargo de un hijo al que no se prestó la suficiente atención o de la recomendación de un amigo de un primo de mi cuñado, filtros comunicativos que provocan que la propuesta original se desvirtúe hasta quedar casi irreconocible.

Hay quien dice que en las librerías es donde se concentran mayor número de freakies por metro cuadrado, así que no resulta extraño que las consultas y preguntas de los usuarios rebasen la más pura lógica, alteren la historia de la literatura e incluso socaven los sólidos cimientos del diccionario para convertirse en pequeñas obras de arte: títulos que superan al original, combinaciones imposibles o verdaderos hallazgos verbales que merecen la pena pasar a la historia clandestina de las librerías, ésa que sólo circula entre los empleados y les anima en sus tareas cotidianas.

Como integrante de este universo, no me resisto a engrosar el anecdotario de mi compañero Eduardo Fernández con la misma sana intención de compartir su espíritu festivo y quebrar la seriedad que normalmente le atribuimos. El título de esta entrada es un buen ejemplo de ello. La solicitante quería, evidentemente, un libro de intriga o suspense, pero el vocabulario la traicionó. Y es que es frecuente que la gente sepa lo que quiere pero tenga problemas a la hora de expresarlo: "por favor, una gramática de turismo en inglés, pero que en vez de ejercicios tenga más literatura". ¿Cómo se come eso?
Para algunos lectores, los libros no están descatalogados o agotados, sino "extinguidos", y a pesar de ellos, siempre se pueden pedir. Quizá están al tanto del nuevo concepto de impresión bajo demanda que se está imponiendo en las editoriales para acortar las tiradas e ir sobre seguro en el mercado. Hablando de editoriales, es de recibo reconocer que algunas se las traen y es fácil caer en el error creando clanes escoceses donde no los hay ("McGraham-Hill" por "McGraw-Hill"), o castellanizando sus nombres y, en un nuevo salto mortal, hacerlo pasar también por el autor: "El conde Lucanor, de Vicente Vives". Ay, si el infante Don Juan Manuel levantara la cabeza... Pero, en cuanto a autores, sin duda la reformulación que se lleva la palma es esa Venganza de don Mendo de Pedro Muñoz "a secas".

Están también quienes buscan tender puentes entre generaciones poéticas y piden "una antología del 27 de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez", o los que buscan graciosos efectos acústicos más próximos a lo razonable: "Seis personajes en busca de autor de Pirindel" (Pirandello no le sonaba bien, o, con un poco de maldad, ¿quizá quiso decir Pimentel?). Los clásicos, quizá por su condición aparentemente anacrónica, son muy susceptibles a la renovación, a la ventilación de sus ácaros. Ahí están para demostrarlo La casa de Fernanda Alba y Eloísa bajó del almendro. Aunque sin duda, las mejores peticiones son las que vienen motivadas por un matiz inexcusable exigido por el profesor de turno: "Drácula en la editorial de Stoker".
Y esto es sólo una pequeña muestra. Si queréis leer más, tendréis que esperar a una próxima cita muy pronto.



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